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Impávido pensamiento

Posted: lunes, 19 de septiembre de 2011 by Alberto Parra in Etiquetas: , , ,
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Aqui vamos... Ésta es una composición bastante inusual para mi, si se quiere. Sin embargo lo escribí una noche de esas en las que lo único que deseamos es que se acabe. Y lo escribí al darme cuenta de cómo la ira y otros sentimientos negativos pueden ser una fuerte temática dentro de la literatura. Sin embargo me encontraba en la disyuntiva, entre aprovechar el sentimiento o reconocer que los resultados de escribir con tal sentimiento no me caracterizan ni me identifican.
Y pensaba... ¿Cuántos autores no se han arrepentido de haber publicado algo en específico?
Es algo delicado, sin duda... Y sin embargo no por eso dejé de retratar con palabras ésta disyuntiva artística que seguramente muchos autores comparten conmigo.


Pensamiento, impávido pensamiento, haz la gracia de apartarte de mi. Mi tinta no es digna de tal deshonor como para plasmarte en papel. No existe folio, pergamino, no existe papel ni superficie alguna tan desgraciada como para contenerte.


Infame.

Vergüenza de existir deberían clamar tus míseras entrañas. No eres mío, te desconozco. Me fuiste impuesto como pesada carga por tan malévolo autor que ni aún él fue capaz de soportar la atrocidad que representas.
Aléjate de mi, apártate de mis manos que anhelan melodía y canción y acaban destilando tu hedor y miseria. ¿Acaso no me escuchas? Apártate, ¡Aléjate!
Eres tan ajeno a mis dedos que solo sostener la pluma basta para identificarte como extraño, como extranjero, desconocido. No manches mis uñas con la mugre de tu discurso.

Lozana apatía, apodérate de mi. Pero ¿Cómo hacerlo? Si retumba en mi mente un extraño queriendo apoderarse del más sagrado de los trazos sobre éste delicado papel blanco. ¡Aléjate, te digo!
Acaba de una vez con tu inútil vida, ¿Acaso no ves la aberración que representas? Infame criminal de ideas, de inspiración y de arte, devuélveme lo que antes era mi voz, y que ahora resuena a media noche con un timbre ajeno que mis oídos jamás reconocerán.
¿Acaso no me escuchas? ¡Responde! ¡Maldigo el día en que naciste! ¡Maldigo el día en el que brotaste de mi con aparente fiereza artística! Pero ¿Qué estoy diciendo? ¿Acabo de reconocer tu autoría? Maldito pensamiento, que hasta engaños asestas a tu progenitor, sumiéndolo en la vergüenza.
No toques mis manos, no guíes mis dedos a escribir esas líneas lúgubres y oscuras. ¿Qué haces? ¡Que no escribas con mis manos te he dicho! ¡No acuses como de mi autoría una línea que no me pertenece! ¡Cállate y no me obligues a escribir! ¡Por favor!... Ten piedad.

No quiero ser tu autor. Te desconozco. No quiero que me pertenezcas. Te aborrezco. ¿Por qué sigo escribiéndote? ¿Por qué sigo dando a luz a una infamia?
Déjame, déjame por favor. Déjame dormir esta noche y mañana despertar sin señal de tu presencia. Déjame, sólo por hoy. Te lo pido. Te lo ruego. Déjame...

Pensamiento, impávido pensamiento... ¿Ya obtuviste lo que querías? Ahora, por favor, haz la gracia de apartarte de mi.


Copyright © Septiembre 2011 por Alberto Parra
Número de Registro: EHS87-3X1BF-192GK

Arte:

Alzaré el vuelo, volveré al cielo

Posted: martes, 5 de abril de 2011 by Alberto Parra in Etiquetas: , , , ,
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Como en muchos de mis relatos, éste se basa en algo que realmente ocurrió y cada uno de los elementos tiene un significado particular que es mi intención dar. Sin embargo escribo cuidadosamente de forma en que no esté dirigido a un público particular sino que pueda ser interpretado por cada lector de una manera independiente el uno del otro y adaptada a sus circunstancias o vivencias.
Éste, especialmente salió de mi con todo corazón por algo que ocurrió con un gran amigo que aprecio especialmente... Ahí va!!


Ya estaba listo para partir.
Me había preparado toda mi vida para éste viaje y hoy llegaba el día, finalmente.
Durante mi largo entrenamiento, tuve que comenzar por dejar atrás mi actitud rebelde y orgullosa y dejarme enseñar a utilizar mis alas, que aunque creía manejar a la perfección, apenas eran capaces de levantarme algunos segundos sobre el suelo. Mi entrenamiento requirió más perseverancia de lo que nunca hubiese esperado, y con razón: los adultos decían que éste vuelo requeriría de todo el aguante y toda la valentía que uno de los nuestros podía mostrar. Se trataba de una carrera casi interminable hacia nuevas tierras, huyendo del frío más mortal de todos, una jornada incansable la cual muchos habían fallado en acometer.
Por ello el nivel de exigencia del entrenamiento era tan elevado, y si algo me costó aceptar y comprender fue el valor de trabajar en equipo. En vuelos tan difíciles, la tradición de nuestra especie daba una solución, un tipo de formación de vuelo que, según decían, lograba simplificar el trabajo con la ayuda mutua de un entero grupo de vuelo. Todos en el seríamos entonces como los engranajes de un complicado dispositivo, y los actos de cada uno de nosotros podrían así salvaguardar o poner en peligro al resto.
Y hoy, después de toda esa expectativa y preparación, estaba colocándome todo mi equipo para alzar el vuelo por primera vez. Durante la noche anterior casi no pude conciliar el sueño pues me embargaba una sensación de felicidad mezclada con profundo nerviosismo. El gran día había llegado. Y al emprender camino al punto de encuentro de mi grupo de vuelo los nervios iban en aumento.
Mi grupo de vuelo constaba de 3 hábiles voladores, expertos en el arte, uno de los cuales me había enseñado todo lo que sabía, otros 4 voladores con alguna experiencia y 4 novatos que habían estudiado conmigo el arte del vuelo y se habían convertido así en amigos inseparables.
Cuando estuvimos todos juntos, llegó el momento y alzamos el vuelo, los 3 maestros a la cabecera, los 4 experimentados detrás y los novatos al final de las líneas, en una formación similar a una "V" en la cual afortunadamente tendría cerca a uno de mis mejores amigos.

Al poco tiempo de vuelo me dí cuenta de la diferencia. Los maestros a la cabecera rompían con fuerza la resistencia del viento con aleteos tan poderosos que burlaban su edad avanzada, los voladores experimentados ayudaban a éste efecto y su aleteo de alguna forma impulsaba el vuelo de nosotros, los novatos.
En ese entonces sentí vergüenza al darme cuenta de que me enorgullecía tanto de mis habilidades que no me daba cuenta de que había cada vez más por aprender. Con todas mis fuerzas, deseé algún día liderar un grupo de vuelo como esos tres poderosos maestros. Con el tiempo, uno de los tres maestros en la delantera fue relevado por otro, luego por el tercero, y luego los voladores experimentados tomaban el liderazgo del grupo por períodos más cortos de tiempo.
Todos teníamos la misma meta, el mismo objetivo en mente, y lo estábamos consiguiendo juntos, de una manera que individualmente ni siquiera los más experimentados lo lograrían. El darnos cuenta de ello hacía que nos sintiésemos tan emocionados que lanzábamos vítores y dábamos ánimos a los líderes desde nuestra posición atrás de la fila de vuelo.
Comenzaba a darme cuenta del verdadero valor de trabajar en equipo. Desde hacía años había pensado que los logros a título personal son mucho mejores, pero ahora me daba cuenta de que es mucho más loable compartir los logros propios e influir en los de los demás, obteniendo así algo de mayor importancia que un trofeo único y personal, además de un sentimiento más grande y poderoso que el orgullo.

Sin embargo, mi emoción era tan grande que descuidé una parte importante del entrenamiento, sólo una, pero que en mi caso fue fatal: la concentración. Y lo que es más, llegué a poner en peligro a mi mejor amigo, el novato que iba delante de mí, por desviar su atención de nuestra meta de vuelo con mi incesante plática.
Así, con una gran emoción en mi pecho, llegamos a nuestra primera parada de descanso nocturno y esa primera noche mi maestro se acercó a mí después de terminar de recoger el equipo de cada uno de los miembros del grupo, y de preparar el lugar para descansar.
Se dirigía a mí con mucho cariño, felicitándome por mi primer vuelo y reconociendo la emoción que me llenaba. Me explicó que durante su primer vuelo también la había sentido, y luego, cuando comenzaba yo a preguntarme por qué mi maestro había venido a hablarme, me explicó que me había notado desconcentrado durante mi vuelo inicial. Sus palabras más tarde se hacen borrosas en mi memoria pues recuerdo que hirvieron en mí y las tomé como una profunda crítica disfrazada de halago. Estaba seguro de que, de no encontrar ningún defecto en mí no se hubiese acercado a halagarme, y mis palabras en respuesta al parecer demostraron mi descontento, pues pronto se alejó de mí intentando no provocar una de mis rabietas que tan bien conocía.

Siempre había pensado de mi maestro que había sido demasiado duro conmigo. Nunca dejó de ser cariñoso y cordial, pero su nivel de exigencia siempre parecía demasiado alto, inalcanzable. Pocas son las ocasiones que recuerdo haber encontrado una sonrisa de satisfacción y aprobación en su semblante. Sus palabras me hicieron recordar sus lecciones pasadas y mis técnicas pasadas de vuelo, las razones por las cuales las consideraba más aptas para el vuelo que las que él me explicaba, y cuando alzamos vuelo de nuevo, al día siguiente comencé a ponerlas en práctica.
Es verdad que sentía mayor resistencia del aire, pero lo atribuía a la poca práctica de ésta nueva técnica. Estaba seguro de que, practicándola lo suficiente, sobresaldría y sería líder del grupo de vuelo, pues me daba cuenta de que me hacía sobresalir del grupo y alcanzar una posición alta a pesar de ser el último de mi fila. Los ojos de los demás novatos se fijaban una y otra vez en mí y en cómo lograba burlar el miedo, y en un caso, cómo realicé una pirueta sin romper mi posición.
Me sentía orgulloso de mí mismo al darme cuenta de que había captado la atención hasta de los voladores experimentados.

Nuestra segunda parada de descanso fue especialmente larga, o así lo pareció. Mi maestro volvió a acercarse a mí después de terminar de arreglar el lugar para descansar, pero ésta vez trajo consigo a otro de los líderes del grupo de vuelo, sabiendo que ante la autoridad de éste no sería capaz de iniciar una rabieta. Ambos de nuevo me trataron con amabilidad, pero finalmente lanzaron sus piedras en mi contra, sus quejas y observaciones, terminando con un aburrido discurso de aerodinamia en el que intentaban explicarme la razón por la cual su modalidad de vuelo era mejor. Asentía con la cabeza aunque apenas sí entendía la mitad de lo que me explicaban, y no pudieron sacar de mi mente que mi método era mucho más rápido. Sin embargo acepté al final que probablemente ellos tenían la razón y que si quería probar otra técnica, éste no era el momento adecuado para hacerlo, y prometí no volver a repetir lo que aquel día de vuelo había ocurrido.

Fue en la segunda alza al vuelo durante la cual ocurrió lo impensable. Había cesado en mis intentos de sobresalir, había dejado de lado mi resentimiento, y comenzaba a aprender de nuevo a concentrarme recordando las lecciones de mi maestro, pero dentro de mí aún existía la duda de si mi forma de volar resultaría más exitosa con entrenamiento suficiente, de forma que ésta vez practiqué en medio del vuelo algunos de mis aletazos personales de vez en cuando, muy cuidadosamente para no llamar la atención, y fue entonces, casi a medianoche, a algunas horas de la próxima parada para descanso, cuando en un intento de perfeccionar mi nueva técnica, mi ala izquierda golpeó una ola de viento especialmente fuerte y lanzó todo mi cuerpo hacia abajo, alejándose del grupo de vuelo. Mis compañeros novatos se dieron cuenta, pero no voltearon a verme pues perderían la concentración, al contrario siguieron con mayor fuerzas su aleteo, y lo mismo hicieron los experimentados y los maestros, en un intento de que el viento resultante de su aumento de actividad lograsen volver a traerme a la línea de vuelo, sin embargo al estar practicando dos métodos diferentes, en un momento crítico como éste mi mente vaciló y cedió a un intento cruzado de dos técnicas diferentes, un absoluto desastre al intentar utilizar todo lo que sabía para volver a las filas de vuelo. El único resultado que obtuve fue un vuelo en espiral que me hizo caer en picada.
Sentí un dolor terrible al ver que mis amigos, los novatos, ni siquiera me miraban, no rompieron filas para ayudarme y siguieron concentrados en un vuelo que ya no me pertenecía, en una meta que yo ya no compartía. Y allí iba, en picada, hacia abajo, de vuelta al suelo horas antes de llegar a nuestro siguiente punto de descanso. Los dos maestros de la noche anterior acudieron a mi ayuda, dejando al tercero a cargo del grupo. Sin embargo estaba confundido y lo que es más, resentido de la actitud del grupo de vuelo al ni siquiera voltear para mirarme. Olvidé que parte del trabajo en equipo que había aprendido en mi entrenamiento era confiar que en un caso como el mío, dos de los líderes acudirían en auxilio, mientras el resto avanzaba disminuyendo ligeramente la velocidad momentáneamente.

Por más que los maestros intentaron persuadirme de utilizar las maniobras que me habían enseñado y con las que me habían preparado hacía tanto tiempo, cuando retomé el vuelo utilizaba mi propia versión de vuelo e intentaba demostrarles cómo resultaba más efectiva. De hecho parecía mucho más rápida pero en ocasiones lograba lesionar mis alas y de nuevo caía en picada. Les pedí un poco más de paciencia pero éstos desistieron de ayudarme y volvieron al grupo de vuelo, diciendo que se pondría en peligro de permanecer más tiempo conmigo. Lo consideré una falta de consideración, una gran falta de apoyo de su parte, cuestioné mi amistad con los novatos y cuestioné su ideal de trabajo en equipo, pues me parecía imposible un trabajo en equipo en el que se deja a un lado uno de sus miembros por una simple discrepancia en cuanto a cómo volar.
Sin embargo el camino estaba trazado y en mi entrenamiento sabía qué rutas debía seguir, conocía la posición de cada una de las estaciones de descanso y sabía que la próxima estaba muy cerca. Por lo tanto alcé el vuelo con mi técnica, intentando perfeccionarla para impresionarlos a todos cuando llegase al punto de descanso y dejar así en ridículo a los maestros. Sin embargo cuando casi toda la noche pasó en mis intentos infructuosos, me di cuenta de que casi no había avanzado y que la técnica no mejoraba en nada. Al caer el día retomé la técnica que mis maestros me habían enseñado y me di cuenta las razones por las cuales era más conveniente. Todo tenía que ver con las condiciones del viento de la época del vuelo, y el sacrificar un poco de velocidad por obtener un vuelo seguro tanto individual como colectivamente. Recordé que eramos un grupo de vuelo, que pertenecía no solo a mí sino a los demás y que era yo quién había fallado al trabajo en equipo al que tanto había sido entrenado, tan sólo por las ansias de destacarme. Y todo había comenzado con una pequeña desconcentración, días atrás.

Era de día cuando llegué al punto de descanso. No había descansado esa noche ni siquiera un poco, asi que me dispuse a tomar un descanso. El punto de descanso se hallaba completamente solo, y eso sólo significaba que el grupo ya habia alzado vuelo hacia el siguiente punto de descanso, vuelo que duraría un día completo en trabajo de grupo, y el cual ahora tendría que alcanzar por cuenta propia. Me pareció una falta de consideración que no esperaran en el punto de descanso por mi. Estaba bien que siguieran su rumbo para no poner en peligro a todo el grupo de vuelo sólo por uno, pero eso no significaba que lo olvidarían y lo dejarían atrás. Consideré así una mentira todo lo que se me había enseñado del trabajo en equipo y me sentía muy contristado y resentido.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el resentimiento nublaba mi concentración durante el vuelo al día siguiente, y disminuía grandemente mi capacidad de vuelo. Recordé una antigua enseñanza de mi maestro, que éste intentó grabar en mi corazón cuando aún era rebelde. Él me explicó que ante la adversidad eramos nosotros quienes decidíamos si convertirla en un impulso para ser mejor, o convertirla en el catalizador que termina de derrotarnos. Así, decidí dar un nuevo enfoque al abandono que sentía, así fui capaz de darme cuenta de la dificultad de emprender el viaje solo, la necesidad del grupo y la practicidad de adaptarme a lo que durante tanto tiempo se me había enseñado. Ya comenzaba a darme cuenta de la razón por la cual mis maestros se disgustaban con mi técnica personalizada de vuelo, y puse toda mi determinación y empeño en perfeccionar lo que había aprendido de ellos, dirigir mis aleteos de manera cada vez más impecable a través del viento.
Por mi propia cuenta fui capaz de comprender el origen de mi terquedad, lo inútil que resultaba y finalmente me di cuenta del daño que hacía a los demás miembros del grupo de vuelo al recordar con detenimiento que las ocasiones en las que me miraban los demás por levantar vuelo con una técnica diferente, en realidad lo que hacía era redirigir el viento en su contra, entorpeciendo su vuelo y poniendo en peligro el mío propio. Me di cuenta de que además de entorpecer el grupo de vuelo, lo había puesto en peligro al pedir tan insistentemente a los maestros que se ocuparan de mi y al no seguir sus instrucciones. Me dí cuenta de que el que no acataba los estatutos del trabajo en equipo era yo, y que el mismísimo alejarse y seguir su camino constituía trabajo en equipo de ellos a mi favor, pues habiendo aprendido todo, habiendo sido preparado para este vuelo toda mi vida, tenía las herramientas necesarias y me tocaba a mí confirmar que éstas herramientas de veras tenían la utilidad que me fue enseñada.
Los mejores logros son los que se alcanzan juntos, pero las mejores lecciones son las que se aprenden individualmente.

Pronto me di cuenta la razón por la cual no me esperaron en el punto de descanso. Apenas se hizo de noche el frío arreció y comenzó a llover. Una lluvia fría que luego con el paso de la noche y la llegada de una ola de frío especialmente intenso, se transformó en nieve. Olvidaba uno de los aspectos más importantes de éste viaje: su urgencia. No cabía lugar al retraso. Literalmente estábamos siendo perseguidos por el frío, por la nieve que se posaría sobre nuestras alas y nos haría lentos e inactivos.
Sin embargo ahora era yo quien era amenazado por la inactividad y la muerte, y mi próxima lección constituyó en algo que vi en el aleteo de los maestros y nunca pude imitar ni entender: un aleteo especialmente amplio y poderoso, capaz de impulsar el aire y romper la resistencia en el caso del grupo de vuelo, y en mi caso capaz de barrer toda la nieve que se posaba sobre mi y amenazaba mi vuelo.

Está de más decir que esa noche a pesar de la nieve, logré salir de la tormenta y alcanzar el punto de descanso. Está de más contar con detalle la felicidad que rodeó mi llegada de regreso al grupo de vuelo, y el cariño con el cual me prepararon un lugar especial para dormir.
Al día siguiente emprendimos vuelo, volviendo al cielo despejado que abandoné, dejando atrás la tiniebla y la tormenta que amenazaron mi vida pero que en su curso me enseñaron una gran lección que hoy aún llevo en mis alas, lección con la cual aprendí lo que hoy sé y utilicé para convertirme en uno de los principales encabezamientos en las filas de vuelo, y finalmente en un maestro hábil, cariñoso y especialmente duro, tal como el mío lo fue.

Copyright © Abril 2011 por Alberto Parra
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Pinceladas rojas, corazones amarillos

Posted: domingo, 13 de marzo de 2011 by Alberto Parra in Etiquetas: , , , , , ,
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Hacía tiempo no escribía para el blog. Ocurre que tengo un proyecto en el que estoy dedicando la mayoría del tiempo que utilizo para escribir. Sin embargo no por eso dejaré de actualizar el blog, y bueno, así comienzo. Y lo hago a propósito de los acontecimientos recientes en Japón, para lo cual quisiera compartir un pensamiento.
El texto tiene una fuerte carga folclórica e idiomática, y por eso aclararé algunos conceptos al final.
Sin más aquí está.



Apenas ayer era intensa la necesidad, la acuciante sed de un pueblo escudada su piel de amarillo, tatuado su corazón de rojo, hoy víctima de despojo. Templanza y osadía, primor y energía, palabras que con facilidad definirían la cultura cautivante y el esplendor exuberante detrás de una flor de cerezo, detrás del pícaro epicanto que su mirada oculta cual manto.
No es fácil expresar tal entendimiento del amar, idioma tan rico en cortesía que deja el verbo al final, atavío delicado y proporciones comedidas, shamisen de tono afinado que llena de música sus vidas. Con cuánto dolor se rasga el kimono, con cuánta amargura se rompen las cuerdas, con cuánto pesar enmudecen los labios al contemplar el macabro espectáculo de aguas y hollín, la sombra que se cierne en ruina sin fin.
Son lágrimas rojas en las que se impregna el pincel, seca la estocada que traza una trágica jota invertida, nueve las voces que claman silenciosas bajo maquillaje maiko que las mantiene decorosas. El kabuki deja a un lado el silencio, el té deja de ser una ceremonia, ikebanas caen rompiéndose en pedazos. Por un momento del hakama sólo quedan siete retazos, virtudes todas de un pueblo silenciado por el quebranto.
Aislamiento no es hoy palabra admisible, piel blanca, negra o amarilla, origen indiferente de quien igual sus ojos brillan, de quien igual sus oidos escuchan, de quien igual su corazón palpita. El kimono será remendado, el shamisen volverá a tocar música, el kabuki volverá a presentarse y la hakama volverá a anudarse. Guía hasta entonces sentimientos, asienta hasta entonces emociones, cura hasta entonces heridas, convierte en brillantes sus ojos mate. Es así como sabemos realmente que un corazón late.
Brilla la tez blanca, la cuerda vuelve a tensarse, se prepara el té entre ikebanas de delicadeza desbordante. Se hace el silencio pues inició la obra, bajo guión que ni siquiera Chikamatsu pudo haber imaginado. Cual fénix japonés que se alza sobre sus cenizas, quienes todo pierden se levantan en sonrisa; la triste lluvia que tamborea ensordecedora los sentidos se contiverte en bullicioso aplauso, gracioso y emotivo. Momento es de levantarse y limpiar el atuendo, momento de retomar lo hermoso y seguir creciendo.
Muestra ahora virtud, acude entonces a la sabiduría. No habrá así destrozo que se interponga en tu vía.


*GLOSARIO*
-Flor de cerezo: La famosa sakura, flor rosada de la primavera japonesa.
-Epicanto: Pliegue de piel que da la característica a los ojos asiáticos.
-Shamisen: Famoso instrumento musical de cuerda japonés, similar a una guitarra.
-Kimono: Traje típico japonés.
-Jota invertida: Descripción del carácter kana que se lee "shi", lo cual significa "muerte"
-9: El número 9 es leído como "kyu" ó "ku". "ku" a su vez significa sufrimiento, por lo que el número 9 en la cultura japonesa es similar al 13 de la cultura occidental.
-Kabuki: Obra teatral folclórica japonesa.
-Ikebana: Arreglos florales japoneses.
-Hakama: Pantalón largo japonés. Posee 7 pliegues los cuales simbolizan 7 virtudes del guerrero samurai.
-Chikamatsu Monzaemon: Famoso dramaturgo del kabuki japonés.

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Un verso libre

Posted: viernes, 17 de diciembre de 2010 by Alberto Parra in Etiquetas: , , ,
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Estuve unos días en Mérida, una ciudad de los Andes Venezolanos, en compañía de mi abuela, y me tomé la tarea durante un día entero de seguirla y observarla lo suficiente como para luego escribirle algo. Y ésto fue lo que resultó de ese día de psicoanálisis. Pero aunque está dirigido a ella principalmente, también describe mi forma de ver el verso, y mi forma particular de concebirlo.


Te regalo un verso libre, para ti. Un verso sin rima, sin estrofa ni medición, pero uno salido del corazón. Un verso desatado de la materia, de lo vano y superfluo que intenta medir la literatura, perdiendo así de vista su cándida hermosura.
Un verso libre para ti, un verso libre como tú.
Osadas estrofas que cambian a voluntad, brotando del corazón cual manantial de agua viva, a veces clara, a veces oscura, obedeciendo un ímpetu desbordante, un sentimiento cautivante, exclamación de grandes designios en carne de energía consumada, circunstancialmente por ella misma limitada.
Rimas instintivamente conseguidas, no por todos comprendidas, portadoras de un estilo libre y contenidas en pluma fugaz, que cual cuerpo vivo vuelve atrás, buscando años de antaño, memorias e historias, apariencia de experiencia e ingeniosa genialidad, autora de un presente y su pasado, de un futuro vislumbrado.
Cual ave que libre surca el viento, en folio escribe, siente, vive. Cual artista en hábil pincelada, brota tinta, habla, goza, ama.
Medición distorcionada, estudiada mas nunca encontrada. ¿Quién dijo que al arte se le debe medir como al hocico de un caballo? Siempre me ha parecido extraño, verás, y ahora que te conozco, aún más.
Te regalo un verso libre, para ti y como tú. Uno lejos de pretensiones de grandeza, y sin ánimos de pesada e inútil entereza, sólo aferrado a un viento fortuito: la libertad de poseer un sueño gratuito.
La pluma se mueve y vierte su tinta guiada por la mano que da razón a que exista. El sueño gratuito se hace gratificante cuando un par de ojos atraviesan, de la caligrafía, su oleaje flamante, leyendo entre líneas sentimientos, intuyendo entre palabras emociones, conociendo entre sílabas intenciones.
Pocos son capaces de comprender versos tan libres, y no se les culpa pues no es esa la meta. El verso comprendido queda en intimidad transmitido, con palabras no pronunciadas, con frases no resaltadas, pero con una certeza en el corazón asumida como intensa sensación entre dos vivida.
De ser mi verso ininteligible, igualmente permaneceré inmutable, no conviene considerarlo injuria, traición o afrenta personal, pues nada considero más vanal que intentar entender el arte como si de ciencia se tratase, como si a fuerza de algoritmo y trigonometría una pluma se amase.
Por eso te regalo un verso libre, para ti y como tu, pues eres más que una pluma, tu vida más que caligrafía, y aún te aferras a la mano que contigo escribía versos hermosos más libres que éste, líneas auténticas y dadoras de vida, estrofas desbordantes de elegante alegría, mensajes llameantes de aguas de vida que aún alumbran en ti con clamor insospechable, deseosas de una línea más, una estrofa llena de significado, de una experiencia más para alimentar ese hermoso pasado.

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Cuéntame una historia...

Posted: martes, 7 de diciembre de 2010 by Alberto Parra in Etiquetas: , ,
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Es la primera dedicatoria que hago, para mi tío que en paz descanse, una personalidad única, con un corazón de oro y una mente excelsa.
Varias personas de mi familia estaban esperando que escribiera esto, pues aquí está. Los quiero mucho y espero les guste tanto como a mi.
Si te gusta este relato, abajo hay un botón de "me gusta"
Y también he incluido a la izquierda una cajita para que apoyes mi página haciéndote fan. Un abrazo.

Pequeño muchachito, ¿Qué voy a ser cuando sea grande? Sueños chiquitos, aquellos de un ser tan brillante.
Travesuras en el lago, en pueblos de pescadores ¿Quién habría de pensar que contaría cuentos tan inspiradores?
Poco es lo que sé de un alma tan carismática, que con ojos cerrados y sonrisa emblemática sustituía realidad por sueño lejano, perdido en las selvas, el monte y el pantano.
Me hizo soñar con noches al descubierto, como único techo el cielo estrellado y nubes azotadas por el viento. Sus palabras parecían no terminar, sus historias nunca acabar, y aún mis oídos atentos allí aclamaban una historia más, otro relato interesante en vocabulario desbordante, sobre aventuras con animales salvajes, cuentos de campo y misterios de inesperados virajes.
¿Era Rómulo Gallegos, o Carlos el tío cuentacuentos? Aún es difícil distinguir entre dos genios, uno que ideaba para escribir, otro que recordaba para compartir.
¿Y cuánta no debió haber sido su influencia, dada la hermosura de su biblioteca extensa? Así como medallas de honor que brillan en la pared, así como trofeos de oro que alumbran grandes vitrinas, igual fueron sus libros el tesoro de su vida, capaces de hablar palabra y mover sentimiento, capaces de inmortalizar idea y compartir pensamiento.
Uno de sus ojos paulatinamente se hizo indiferente a la luz, pero el resplandor que su mirada reflejaba no habría de extinguirse, y ¿cómo? si no paraba de sonreírse y gustosamente aceptar un beso en la mejilla, y aún así en mi recuerdo, cual cedro eterno, su ojo bueno aún brilla.
Hermosa templanza, gran sabiduría. Cuanto por verte yo no daría.
Es cuestión de tiempo, pocos minutos a lo sumo, apenas veo las últimas horas de tu sueño. Y aunque se hace eterno, prefiero despiertes cuando todo sea bello, pudiendo entonces explicarte lo que es, fue y será, y ofreciéndote el reino en el que eternamente vivirás.
Duerme plácidamente, trae nuevas historias. De grandes hazañas juntos haremos memoria. Así compartiremos algo más grande que un cuento, pues allí vivir por siempre no será una crédula fantasía, más bien la muerte será no más que el recuerdo de lo que antes se vivía.
Cuéntame una historia, hazme un cuentacuentos, conviértete así en inspiración de mis talentos.

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Koi, el pez y el dragón. Parte 2: Ásperas escamas, suaves palabras

Posted: sábado, 4 de diciembre de 2010 by Alberto Parra in Etiquetas: , , , ,
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La verdad, me siento muy contento con la segunda parte del relato. Me preguntaba como iba a quedar, pues no sabía exactamente qué era lo que iba a incluir y en qué orden, siguiendo la simbología inicial, y dejándolo abierto al mismo tiempo para interpretaciones personales.
Pero quedó realmente bien, y no me gustó.... me encantó


Ayer, el temor me paralizaba. Entonces, en cambio, ansiaba ir más allá. El pico del pelícano que ayer me aterrorizaba hoy se deslizaba entre mis aletas en el eterno juego de la supervivencia. aunque no temía nada pues había suficiente luz a mi alrededor para prever las amenazas, no por ello era temerario. En cambio, con el tiempo iba aprendiendo a ser cada vez más cuidadoso, y aunque parecía que al serlo se veía reducida mi libertad, la verdad es que consideraba un verdadero regocijo poder aplicar mis experiencias y lo que aprendía en una nueva y emocionante vida repleta de adrenalina. Y además, no estaba solo, en lo más mínimo, sino que me nutría y nutría yo mismo a todo pez a mi alrededor sobre nuevas amenazas, técnicas de escape y con múltiples muestras alentadoras para elevar la confianza de algunos otros.
Aunque parecía que era ya suficiente, me sorprendía saber que siempre había algo nuevo que aprender, siempre un aspecto por mejorar, más aún cuando supe la existencia de nuevos desafíos, embarcados por mi hermano y que ahora yo también abrazaría: El pez capaz de ascender por el Río Amarillo cuesta arriba, hacia las cascadas, será galardonado con un magnífico viaje a los lomos de un dragón y será capaz de ver con sus propios ojos la vida más allá del océano y los ríos, siendo testigo presencial de la inimaginable magnitud y magnificencia del mundo y la vida que en él habita.
Así, de entre los honrados y hábiles peces de la superficie, fui yo uno de los pocos que, intentando explorar lo que aún desconocía, me adentré en la búsqueda del célebre Río Amarillo, enorme, caudaloso y lleno de nuevos desafíos.
Inicialmente, la búsqueda parecía infructuosa, y la gran cantidad de direcciones contradictorias hacia mi destino parecían no llevarme a ningún lugar. Pero fue mi perseverancia lo que me llevó a seguir tocando puertas donde otros se habían rendido, y finalmente allí me encontré.
Desde el principio me lo dijeron y nunca lo creí, que "donde el fondo del agua se une con la superficie, allí se encuentra el Río". Siempre había hecho una clara distinción entre el fondo y la superficie, y verlos tan cerca el uno del otro me hizo sentir enorme. Me sentía como un pez gigante, ahora mis aletas eran del tamaño de un tiburón y mis escamas, cada una, era tan peligrosa como sus dientes. A veces me preguntaba si era yo quien se había hecho enorme, o si de veras la superficie estaba tan cerca del fondo.
Sin embargo, no tenía mucho tiempo para pensar pues había en éste lugar algo que tampoco había sentido nunca antes: una fuerza descomunal que me arrastraba de regreso, atrás, de vuelta a lo que era y lo que luché por cambiar. De regreso, atrás, de vuelta a ser pequeño, de vuelta a tener que distinguir confusamente entre la superficie y el fondo. Y qué fácil era dejarme llevar, quizá decidirme a vivir en la desembocadura del río, en el límite donde la corriente de agua ya no me molestaba. Pero esa no era la razón por la que estaba allí. En lo más mínimo. Por lo tanto, recordando mis motivos, recordando mis deseos y guardándolos bajo llave en mi corazón, me opuse a aquella irresistible fuerza y seguí adelante en mi viaje.
No tardé en percatarme de la presencia de un pequeño banco de peces que hacían lo mismo que yo, y con todas mis fuerzas me acerqué a ellos, con cierto temor a su reacción al verme. Sin embargo, vaya temor infundado, parecía que no terminaba de conocer a los peces de la superficie. Sus palabras de aliento me tranquilizaron y lo primero que hicieron, reconociendo mis esfuerzos para llegar junto a ellos, fue sostener mi peso con su cuerpo a contracorriente para proveerme de un descanso oportuno, aún cuando eso significase retrasarlos en su viaje.
Volvía a estar acompañado, volvían las risas, los buenos momentos que parecían haber acabado cuando me encontraba en soledad buscando la desembocadura del río. Muchos de mis peces amigos, sin intentos de desanimarme, me habían deseado buena suerte sin decir mucho más, cuando había pensado que recorrerían el trayecto junto a mí. Sin embargo me daba cuenta de que nunca estaría solo en mi viaje y ahora aún más, mientras compartía con ellos las anécdotas y las impresiones hasta el momento.
Cuando llegó la noche, estaba cansado, agotado, verdaderamente exhausto. Y no podía ir a la superficie para ver la luna, como generalmente lo hacía cada noche. La veía de reojo entre un reflejo y otro que se colaba en el agua, pues tenía que seguir el pequeño banco de peces y mantenerme alerta de los nuevos cambios de la corriente del agua, las zonas menos azotadas por ésta, y los pasadizos y atajos que había aprendido a identificar con el grupo. Aunque me hubiese gustado estar relajado, de alguna manera me sentía todo menos forzado a hacer éste recorrido. Podía volver atrás en cualquier momento, pero mis motivos estaban lo suficientemente grabados en mí como para desistir, sólo por una noche de descanso y una vista hacia la luna.
Sin embargo, un poco tarde, pero llegó. Encontramos una zona entre grandes rocas donde el agua era lo suficientemente tranquila y estaba lo suficientemente alejado de los bordes del río como para preocuparnos demasiado en depredadores. Fue allí donde dormimos, en un sueño placentero pero cauteloso, uno de nosotros sirviendo de guardia, y siendo relevado por otro unas horas más tarde.
Al día siguiente mis aletas dolían como nunca, y mis compañeros parece que lo sabían, pues durante todo el día no avanzamos demasiado, su paso era bastante más lento, y me ofrecieron infinidad de veces descansar a sus expensas, al igual que la vez pasada. Pero con el tiempo la fuerza de mi cuerpo se incrementó a niveles que nunca antes había imaginado, mi habilidad me permitió dirigir el banco de peces una gran cantidad de ocasiones, y mi resistencia me permitió servir de guardia mientras los demás dormían, también una gran cantidad de ocasiones. Pero me di cuenta de que aún así, ninguno se valoraba más que el otro, a pesar de su fuerza o su destreza, pues todos eramos peces de la superficie.
Con el tiempo llegamos a una zona mucho más rocosa, y ahora lo difícil no era encontrar lugar para dormir, y en realidad la fuerza de la corriente era en la mayoría de los casos más fácil de manejar. Ahora el desafío era saltar. Salir del agua en salto arriesgado era algo que nunca en mi vida de pez de la superficie logré hacer bien. Y como tal era más bien arriesgado, dada la enorme cantidad de depredadores alados que esperaban el descuido de cualquiera de nosotros.
Sin embargo aquí la situación cambiaba, y era más bien obligado ejecutar los saltos, o de lo contrario sería imposible esquivar algunas de las mayores secuencias de rocas. Mi primer salto fue terrible, caí a contracorriente, me pilló desprevenido y me lanzó contra la roca en golpe seco. Sin embargo fue cuestión de tiempo aprender a saltar, elegir el lugar donde caer, y tratar con la corriente a pesar de su contundencia tras el choque de la caída.
Sin embargo, tras perfeccionar la técnica de salto, quizás se pasó muy rápidamente el tiempo, quizás exista cualquier otra explicación, pero llegó finalmente el último momento del viaje, que culminaba con un último salto, ésta vez hacia la enorme laguna bajo las estrepitosas cataratas.
Parecía que estaban esperándonos, pues durante el mismísimo salto, fuimos interceptados por enormes cuerpos escamosos, cayendo cada uno de nosotros sobre el lomo de un dragón diferente. El destino: las nubes, la emoción: júbilo desbordante.
- Felicitaciones -me dijo el dragón con la mayor de las sonrisas mientras volvía su rostro. No sabía que responder. "Gracias" sonaría a que me atribuía todo el mérito. No decir nada sonaría aún peor.
- Fue una labor conjunta -respondí, mientras veía maravillado el río que acababa de recorrer cuesta arriba, ahora desde los cielos.
- Por supuesto que lo fue, se suponía que debía serlo -respondió, al parecer conteniendo la risa.
- Vaya, ¡Que no tengo idea a qué te refieres! -el aire daba contra mis mejillas mientras las ásperas escamas del dragón brotaban agua que refrescaba mi rostro
- ¿Qué sentido tiene si vienes solo? -preguntó, haciéndome sentir intimidado.
- La proeza sería mayor. Mis méritos serían más loables. -Intenté justificar.
- En tu viaje, dime ¿Tuviste tiempo para demostrar tu ego?
- En lo más mínimo. Somos todos peces de la superficie.
- Mientras estás conmigo ¿Sirve de algo demostrarlo?
- Creo que no. Eres impresionante, puedes vivir como un pez y aún volar como un ave.
- Cuando vuelvas a casa ¿Aclamarías tus proezas y méritos?
- No lo sé. Posiblemente.
- Si lo haces, ¿Qué te diferenciaría de los peces del fondo del mar, del que has salido, centrados en sí mismos, egocéntricos y burlones?
- Es una buena pregunta.
El silencio, temporalmente, se apoderó del momento, mientras miraba maravillado el mundo desde un punto de vista totalmente nuevo y diferente, hermoso sin lugar a dudas.
- ¿Puedes ver allí? Sí, allí. ¿Qué ves? -Me dijo, descendiendo a una superficie amplia, llena de un color verde realmente hermoso, y frente a nosotros, animales blancos y negros, de cuatro patas, trotando en grupo.
- Es increíble. Son hermosos.
- Es difícil contarlos pues están unidos, es difícil atacarlos, pues así permanecen. ¿No te has preguntado por qué estamos aquí brindando un viaje sobre nuestros lomos?
- Siempre me pareció interesante, pero no sería capaz de hacerte esa pregunta.
- El objetivo ya se cumplió, y se cumplirá aún más si vuelves a contar la historia y nuevos peces se encuentran en la travesía.
- ¿No acabas de decir que de hacerlo sería como uno de los peces del fondo?
- Todo depende de la forma en que lo hagas.
- Y ¿Por qué dices "si vuelves a contar la historia"? ¿Puedo quedarme contigo?
- El pez que supera con sus saltos las cascadas del Río Amarillo y llega a las Puertas del Dragón, se convierte automáticamente en uno de nosotros.
- ¿Es decir que tú fuiste un pez de la superficie también?
- No he dejado de serlo, amigo. Soy igual que tú, sólo que tú me ves diferente.
Las palabras del dragón retumbaron en mis oídos por el resto del viaje. Me daba cuenta de que todos los peces de la superficie eramos iguales, a pesar de encontrarnos en lugares diferentes, y en diferentes formas. A pesar de ser fuertes o débiles, de sentirnos grandes o pequeños, a pesar de estar comenzando a conocer la luz, o emprender el viaje hacia el Río Amarillo, independientemente de encontrarlo o no. Todos los peces de la superficie eramos iguales y era esa la razón por la cual no me hirieron con palabras cuando intentaba forzosamente subir a la superficie, la misma razón por la cual me llevaba tan bien con cada uno de ellos, y la razón por la cuál no tardé en hacerme amigo del banco de peces que me acompañó hasta hoy. Todos estábamos y trabajábamos el uno para el otro. Y no fue necesaria la explicación del dragón para darme cuenta de la razón de los viajes en sus lomos, pues había sido partícipe del impulso, del engranaje que jugaba ese pequeño factor en uno aún mayor, pues contribuía enormemente a nuestra unidad. Era un enorme ciclo de ayuda mutua que nunca terminaría y que hacía felices nuestras vidas.
En mi viaje por todo el mundo, me maravillé con enormes caídas de agua, me llené de felicidad al ver los bosques, las montañas y los llanos, me alegró el dulce aleteo de la mariposa y el ensordecedor trabajo de las pequeñas abejas, me sorprendí al ver tanta vida, tan variada, tan hermosa. La existencia más que una idea, se convirtió en un lujo maravilloso, pues las palabras no podrían expresar el movimiento elegante de los caballos, el potente rugido del león, y el poder estrepitoso inherente de las islas volcánicas.
Quería mostrarle todo ésto a muchas otros peces, quería ver sus ojos brillando de felicidad, sus lágrimas emocionadas, y sus comentarios y anécdotas, y por ello estaba decidido cuando el dragón me lo preguntó: volvería a la laguna y no me rendiría hasta llegar a la Puerta del Dragón.
Hoy, la satisfacción de sentir sobre mis lomos a peces llenos de vida y agotados por su travesía, la felicidad de ver sus rostros, y la paz que siento al proveerles un viaje digno de su esfuerzo, son suficientes como para responder la pregunta que antes me hacía sobre la razón de los dragones de ofrecer viajes sobre sus lomos en vez de vivir y aprovechar al máximo sus habilidades por si solos.
De nada sirve ser un dragón si tus nuevas habilidades te limitan de la más fundamental: el amor.

Copyright © Diciembre 2010 por Alberto Parra
Número de Registro: EK4E5-TYC21-LBNWX

Arte:

Gracias por sus visitas!!!

Posted: miércoles, 1 de diciembre de 2010 by Alberto Parra in Etiquetas:
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Primero que todo tengo que pedir disculpas pues desde hace mucho tiempo no he publicado nada, entre esas cosas, la segunda parte del pez koi, y otro ensayo que he estado preparando con cariño.

La universidad, ante todo, me ha atado de manos y pies, sin embargo es verdad que cuando se quiere se puede, y si algo es seguro es que seguiré escribiendo.

Esta vez quisiera agradecer especialmente sus visitas. Mediante google analytics y otras herramientas me he podido dar cuenta de que pocos son los días en los que no recibo visitantes, y más aún, muchos de ellos tienen mi página en favoritos o bien buscan mis relatos en google. Darme cuenta de eso ha reavivado mi compromiso de hacer lo que tanto me gusta, pues me doy cuenta de que hay quienes vuelven reiteradamente, quizás esperando algún nuevo relato.

Un abrazo especial a todas esas personas, en Argentina, Perú, Bolivia, España, aquí mismo en Venezuela, y demás partes del mundo. Me gustaría recibir sus comentarios las próximas veces y así nutrirme de sus sentimientos para seguir publicando.

Sin más, les dejo un stamp de un animé que simplemente AMO (aunque el capitulo final es verdaderamente asqueroso)


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