Banner

Koi, el pez y el dragón. Parte 2: Ásperas escamas, suaves palabras

Posted: sábado, 4 de diciembre de 2010 by Alberto Parra in Etiquetas: , , , ,
0

La verdad, me siento muy contento con la segunda parte del relato. Me preguntaba como iba a quedar, pues no sabía exactamente qué era lo que iba a incluir y en qué orden, siguiendo la simbología inicial, y dejándolo abierto al mismo tiempo para interpretaciones personales.
Pero quedó realmente bien, y no me gustó.... me encantó


Ayer, el temor me paralizaba. Entonces, en cambio, ansiaba ir más allá. El pico del pelícano que ayer me aterrorizaba hoy se deslizaba entre mis aletas en el eterno juego de la supervivencia. aunque no temía nada pues había suficiente luz a mi alrededor para prever las amenazas, no por ello era temerario. En cambio, con el tiempo iba aprendiendo a ser cada vez más cuidadoso, y aunque parecía que al serlo se veía reducida mi libertad, la verdad es que consideraba un verdadero regocijo poder aplicar mis experiencias y lo que aprendía en una nueva y emocionante vida repleta de adrenalina. Y además, no estaba solo, en lo más mínimo, sino que me nutría y nutría yo mismo a todo pez a mi alrededor sobre nuevas amenazas, técnicas de escape y con múltiples muestras alentadoras para elevar la confianza de algunos otros.
Aunque parecía que era ya suficiente, me sorprendía saber que siempre había algo nuevo que aprender, siempre un aspecto por mejorar, más aún cuando supe la existencia de nuevos desafíos, embarcados por mi hermano y que ahora yo también abrazaría: El pez capaz de ascender por el Río Amarillo cuesta arriba, hacia las cascadas, será galardonado con un magnífico viaje a los lomos de un dragón y será capaz de ver con sus propios ojos la vida más allá del océano y los ríos, siendo testigo presencial de la inimaginable magnitud y magnificencia del mundo y la vida que en él habita.
Así, de entre los honrados y hábiles peces de la superficie, fui yo uno de los pocos que, intentando explorar lo que aún desconocía, me adentré en la búsqueda del célebre Río Amarillo, enorme, caudaloso y lleno de nuevos desafíos.
Inicialmente, la búsqueda parecía infructuosa, y la gran cantidad de direcciones contradictorias hacia mi destino parecían no llevarme a ningún lugar. Pero fue mi perseverancia lo que me llevó a seguir tocando puertas donde otros se habían rendido, y finalmente allí me encontré.
Desde el principio me lo dijeron y nunca lo creí, que "donde el fondo del agua se une con la superficie, allí se encuentra el Río". Siempre había hecho una clara distinción entre el fondo y la superficie, y verlos tan cerca el uno del otro me hizo sentir enorme. Me sentía como un pez gigante, ahora mis aletas eran del tamaño de un tiburón y mis escamas, cada una, era tan peligrosa como sus dientes. A veces me preguntaba si era yo quien se había hecho enorme, o si de veras la superficie estaba tan cerca del fondo.
Sin embargo, no tenía mucho tiempo para pensar pues había en éste lugar algo que tampoco había sentido nunca antes: una fuerza descomunal que me arrastraba de regreso, atrás, de vuelta a lo que era y lo que luché por cambiar. De regreso, atrás, de vuelta a ser pequeño, de vuelta a tener que distinguir confusamente entre la superficie y el fondo. Y qué fácil era dejarme llevar, quizá decidirme a vivir en la desembocadura del río, en el límite donde la corriente de agua ya no me molestaba. Pero esa no era la razón por la que estaba allí. En lo más mínimo. Por lo tanto, recordando mis motivos, recordando mis deseos y guardándolos bajo llave en mi corazón, me opuse a aquella irresistible fuerza y seguí adelante en mi viaje.
No tardé en percatarme de la presencia de un pequeño banco de peces que hacían lo mismo que yo, y con todas mis fuerzas me acerqué a ellos, con cierto temor a su reacción al verme. Sin embargo, vaya temor infundado, parecía que no terminaba de conocer a los peces de la superficie. Sus palabras de aliento me tranquilizaron y lo primero que hicieron, reconociendo mis esfuerzos para llegar junto a ellos, fue sostener mi peso con su cuerpo a contracorriente para proveerme de un descanso oportuno, aún cuando eso significase retrasarlos en su viaje.
Volvía a estar acompañado, volvían las risas, los buenos momentos que parecían haber acabado cuando me encontraba en soledad buscando la desembocadura del río. Muchos de mis peces amigos, sin intentos de desanimarme, me habían deseado buena suerte sin decir mucho más, cuando había pensado que recorrerían el trayecto junto a mí. Sin embargo me daba cuenta de que nunca estaría solo en mi viaje y ahora aún más, mientras compartía con ellos las anécdotas y las impresiones hasta el momento.
Cuando llegó la noche, estaba cansado, agotado, verdaderamente exhausto. Y no podía ir a la superficie para ver la luna, como generalmente lo hacía cada noche. La veía de reojo entre un reflejo y otro que se colaba en el agua, pues tenía que seguir el pequeño banco de peces y mantenerme alerta de los nuevos cambios de la corriente del agua, las zonas menos azotadas por ésta, y los pasadizos y atajos que había aprendido a identificar con el grupo. Aunque me hubiese gustado estar relajado, de alguna manera me sentía todo menos forzado a hacer éste recorrido. Podía volver atrás en cualquier momento, pero mis motivos estaban lo suficientemente grabados en mí como para desistir, sólo por una noche de descanso y una vista hacia la luna.
Sin embargo, un poco tarde, pero llegó. Encontramos una zona entre grandes rocas donde el agua era lo suficientemente tranquila y estaba lo suficientemente alejado de los bordes del río como para preocuparnos demasiado en depredadores. Fue allí donde dormimos, en un sueño placentero pero cauteloso, uno de nosotros sirviendo de guardia, y siendo relevado por otro unas horas más tarde.
Al día siguiente mis aletas dolían como nunca, y mis compañeros parece que lo sabían, pues durante todo el día no avanzamos demasiado, su paso era bastante más lento, y me ofrecieron infinidad de veces descansar a sus expensas, al igual que la vez pasada. Pero con el tiempo la fuerza de mi cuerpo se incrementó a niveles que nunca antes había imaginado, mi habilidad me permitió dirigir el banco de peces una gran cantidad de ocasiones, y mi resistencia me permitió servir de guardia mientras los demás dormían, también una gran cantidad de ocasiones. Pero me di cuenta de que aún así, ninguno se valoraba más que el otro, a pesar de su fuerza o su destreza, pues todos eramos peces de la superficie.
Con el tiempo llegamos a una zona mucho más rocosa, y ahora lo difícil no era encontrar lugar para dormir, y en realidad la fuerza de la corriente era en la mayoría de los casos más fácil de manejar. Ahora el desafío era saltar. Salir del agua en salto arriesgado era algo que nunca en mi vida de pez de la superficie logré hacer bien. Y como tal era más bien arriesgado, dada la enorme cantidad de depredadores alados que esperaban el descuido de cualquiera de nosotros.
Sin embargo aquí la situación cambiaba, y era más bien obligado ejecutar los saltos, o de lo contrario sería imposible esquivar algunas de las mayores secuencias de rocas. Mi primer salto fue terrible, caí a contracorriente, me pilló desprevenido y me lanzó contra la roca en golpe seco. Sin embargo fue cuestión de tiempo aprender a saltar, elegir el lugar donde caer, y tratar con la corriente a pesar de su contundencia tras el choque de la caída.
Sin embargo, tras perfeccionar la técnica de salto, quizás se pasó muy rápidamente el tiempo, quizás exista cualquier otra explicación, pero llegó finalmente el último momento del viaje, que culminaba con un último salto, ésta vez hacia la enorme laguna bajo las estrepitosas cataratas.
Parecía que estaban esperándonos, pues durante el mismísimo salto, fuimos interceptados por enormes cuerpos escamosos, cayendo cada uno de nosotros sobre el lomo de un dragón diferente. El destino: las nubes, la emoción: júbilo desbordante.
- Felicitaciones -me dijo el dragón con la mayor de las sonrisas mientras volvía su rostro. No sabía que responder. "Gracias" sonaría a que me atribuía todo el mérito. No decir nada sonaría aún peor.
- Fue una labor conjunta -respondí, mientras veía maravillado el río que acababa de recorrer cuesta arriba, ahora desde los cielos.
- Por supuesto que lo fue, se suponía que debía serlo -respondió, al parecer conteniendo la risa.
- Vaya, ¡Que no tengo idea a qué te refieres! -el aire daba contra mis mejillas mientras las ásperas escamas del dragón brotaban agua que refrescaba mi rostro
- ¿Qué sentido tiene si vienes solo? -preguntó, haciéndome sentir intimidado.
- La proeza sería mayor. Mis méritos serían más loables. -Intenté justificar.
- En tu viaje, dime ¿Tuviste tiempo para demostrar tu ego?
- En lo más mínimo. Somos todos peces de la superficie.
- Mientras estás conmigo ¿Sirve de algo demostrarlo?
- Creo que no. Eres impresionante, puedes vivir como un pez y aún volar como un ave.
- Cuando vuelvas a casa ¿Aclamarías tus proezas y méritos?
- No lo sé. Posiblemente.
- Si lo haces, ¿Qué te diferenciaría de los peces del fondo del mar, del que has salido, centrados en sí mismos, egocéntricos y burlones?
- Es una buena pregunta.
El silencio, temporalmente, se apoderó del momento, mientras miraba maravillado el mundo desde un punto de vista totalmente nuevo y diferente, hermoso sin lugar a dudas.
- ¿Puedes ver allí? Sí, allí. ¿Qué ves? -Me dijo, descendiendo a una superficie amplia, llena de un color verde realmente hermoso, y frente a nosotros, animales blancos y negros, de cuatro patas, trotando en grupo.
- Es increíble. Son hermosos.
- Es difícil contarlos pues están unidos, es difícil atacarlos, pues así permanecen. ¿No te has preguntado por qué estamos aquí brindando un viaje sobre nuestros lomos?
- Siempre me pareció interesante, pero no sería capaz de hacerte esa pregunta.
- El objetivo ya se cumplió, y se cumplirá aún más si vuelves a contar la historia y nuevos peces se encuentran en la travesía.
- ¿No acabas de decir que de hacerlo sería como uno de los peces del fondo?
- Todo depende de la forma en que lo hagas.
- Y ¿Por qué dices "si vuelves a contar la historia"? ¿Puedo quedarme contigo?
- El pez que supera con sus saltos las cascadas del Río Amarillo y llega a las Puertas del Dragón, se convierte automáticamente en uno de nosotros.
- ¿Es decir que tú fuiste un pez de la superficie también?
- No he dejado de serlo, amigo. Soy igual que tú, sólo que tú me ves diferente.
Las palabras del dragón retumbaron en mis oídos por el resto del viaje. Me daba cuenta de que todos los peces de la superficie eramos iguales, a pesar de encontrarnos en lugares diferentes, y en diferentes formas. A pesar de ser fuertes o débiles, de sentirnos grandes o pequeños, a pesar de estar comenzando a conocer la luz, o emprender el viaje hacia el Río Amarillo, independientemente de encontrarlo o no. Todos los peces de la superficie eramos iguales y era esa la razón por la cual no me hirieron con palabras cuando intentaba forzosamente subir a la superficie, la misma razón por la cual me llevaba tan bien con cada uno de ellos, y la razón por la cuál no tardé en hacerme amigo del banco de peces que me acompañó hasta hoy. Todos estábamos y trabajábamos el uno para el otro. Y no fue necesaria la explicación del dragón para darme cuenta de la razón de los viajes en sus lomos, pues había sido partícipe del impulso, del engranaje que jugaba ese pequeño factor en uno aún mayor, pues contribuía enormemente a nuestra unidad. Era un enorme ciclo de ayuda mutua que nunca terminaría y que hacía felices nuestras vidas.
En mi viaje por todo el mundo, me maravillé con enormes caídas de agua, me llené de felicidad al ver los bosques, las montañas y los llanos, me alegró el dulce aleteo de la mariposa y el ensordecedor trabajo de las pequeñas abejas, me sorprendí al ver tanta vida, tan variada, tan hermosa. La existencia más que una idea, se convirtió en un lujo maravilloso, pues las palabras no podrían expresar el movimiento elegante de los caballos, el potente rugido del león, y el poder estrepitoso inherente de las islas volcánicas.
Quería mostrarle todo ésto a muchas otros peces, quería ver sus ojos brillando de felicidad, sus lágrimas emocionadas, y sus comentarios y anécdotas, y por ello estaba decidido cuando el dragón me lo preguntó: volvería a la laguna y no me rendiría hasta llegar a la Puerta del Dragón.
Hoy, la satisfacción de sentir sobre mis lomos a peces llenos de vida y agotados por su travesía, la felicidad de ver sus rostros, y la paz que siento al proveerles un viaje digno de su esfuerzo, son suficientes como para responder la pregunta que antes me hacía sobre la razón de los dragones de ofrecer viajes sobre sus lomos en vez de vivir y aprovechar al máximo sus habilidades por si solos.
De nada sirve ser un dragón si tus nuevas habilidades te limitan de la más fundamental: el amor.

Copyright © Diciembre 2010 por Alberto Parra
Número de Registro: EK4E5-TYC21-LBNWX

Arte:

0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails