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Alzaré el vuelo, volveré al cielo

Posted: martes, 5 de abril de 2011 by Alberto Parra in Etiquetas: , , , ,
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Como en muchos de mis relatos, éste se basa en algo que realmente ocurrió y cada uno de los elementos tiene un significado particular que es mi intención dar. Sin embargo escribo cuidadosamente de forma en que no esté dirigido a un público particular sino que pueda ser interpretado por cada lector de una manera independiente el uno del otro y adaptada a sus circunstancias o vivencias.
Éste, especialmente salió de mi con todo corazón por algo que ocurrió con un gran amigo que aprecio especialmente... Ahí va!!


Ya estaba listo para partir.
Me había preparado toda mi vida para éste viaje y hoy llegaba el día, finalmente.
Durante mi largo entrenamiento, tuve que comenzar por dejar atrás mi actitud rebelde y orgullosa y dejarme enseñar a utilizar mis alas, que aunque creía manejar a la perfección, apenas eran capaces de levantarme algunos segundos sobre el suelo. Mi entrenamiento requirió más perseverancia de lo que nunca hubiese esperado, y con razón: los adultos decían que éste vuelo requeriría de todo el aguante y toda la valentía que uno de los nuestros podía mostrar. Se trataba de una carrera casi interminable hacia nuevas tierras, huyendo del frío más mortal de todos, una jornada incansable la cual muchos habían fallado en acometer.
Por ello el nivel de exigencia del entrenamiento era tan elevado, y si algo me costó aceptar y comprender fue el valor de trabajar en equipo. En vuelos tan difíciles, la tradición de nuestra especie daba una solución, un tipo de formación de vuelo que, según decían, lograba simplificar el trabajo con la ayuda mutua de un entero grupo de vuelo. Todos en el seríamos entonces como los engranajes de un complicado dispositivo, y los actos de cada uno de nosotros podrían así salvaguardar o poner en peligro al resto.
Y hoy, después de toda esa expectativa y preparación, estaba colocándome todo mi equipo para alzar el vuelo por primera vez. Durante la noche anterior casi no pude conciliar el sueño pues me embargaba una sensación de felicidad mezclada con profundo nerviosismo. El gran día había llegado. Y al emprender camino al punto de encuentro de mi grupo de vuelo los nervios iban en aumento.
Mi grupo de vuelo constaba de 3 hábiles voladores, expertos en el arte, uno de los cuales me había enseñado todo lo que sabía, otros 4 voladores con alguna experiencia y 4 novatos que habían estudiado conmigo el arte del vuelo y se habían convertido así en amigos inseparables.
Cuando estuvimos todos juntos, llegó el momento y alzamos el vuelo, los 3 maestros a la cabecera, los 4 experimentados detrás y los novatos al final de las líneas, en una formación similar a una "V" en la cual afortunadamente tendría cerca a uno de mis mejores amigos.

Al poco tiempo de vuelo me dí cuenta de la diferencia. Los maestros a la cabecera rompían con fuerza la resistencia del viento con aleteos tan poderosos que burlaban su edad avanzada, los voladores experimentados ayudaban a éste efecto y su aleteo de alguna forma impulsaba el vuelo de nosotros, los novatos.
En ese entonces sentí vergüenza al darme cuenta de que me enorgullecía tanto de mis habilidades que no me daba cuenta de que había cada vez más por aprender. Con todas mis fuerzas, deseé algún día liderar un grupo de vuelo como esos tres poderosos maestros. Con el tiempo, uno de los tres maestros en la delantera fue relevado por otro, luego por el tercero, y luego los voladores experimentados tomaban el liderazgo del grupo por períodos más cortos de tiempo.
Todos teníamos la misma meta, el mismo objetivo en mente, y lo estábamos consiguiendo juntos, de una manera que individualmente ni siquiera los más experimentados lo lograrían. El darnos cuenta de ello hacía que nos sintiésemos tan emocionados que lanzábamos vítores y dábamos ánimos a los líderes desde nuestra posición atrás de la fila de vuelo.
Comenzaba a darme cuenta del verdadero valor de trabajar en equipo. Desde hacía años había pensado que los logros a título personal son mucho mejores, pero ahora me daba cuenta de que es mucho más loable compartir los logros propios e influir en los de los demás, obteniendo así algo de mayor importancia que un trofeo único y personal, además de un sentimiento más grande y poderoso que el orgullo.

Sin embargo, mi emoción era tan grande que descuidé una parte importante del entrenamiento, sólo una, pero que en mi caso fue fatal: la concentración. Y lo que es más, llegué a poner en peligro a mi mejor amigo, el novato que iba delante de mí, por desviar su atención de nuestra meta de vuelo con mi incesante plática.
Así, con una gran emoción en mi pecho, llegamos a nuestra primera parada de descanso nocturno y esa primera noche mi maestro se acercó a mí después de terminar de recoger el equipo de cada uno de los miembros del grupo, y de preparar el lugar para descansar.
Se dirigía a mí con mucho cariño, felicitándome por mi primer vuelo y reconociendo la emoción que me llenaba. Me explicó que durante su primer vuelo también la había sentido, y luego, cuando comenzaba yo a preguntarme por qué mi maestro había venido a hablarme, me explicó que me había notado desconcentrado durante mi vuelo inicial. Sus palabras más tarde se hacen borrosas en mi memoria pues recuerdo que hirvieron en mí y las tomé como una profunda crítica disfrazada de halago. Estaba seguro de que, de no encontrar ningún defecto en mí no se hubiese acercado a halagarme, y mis palabras en respuesta al parecer demostraron mi descontento, pues pronto se alejó de mí intentando no provocar una de mis rabietas que tan bien conocía.

Siempre había pensado de mi maestro que había sido demasiado duro conmigo. Nunca dejó de ser cariñoso y cordial, pero su nivel de exigencia siempre parecía demasiado alto, inalcanzable. Pocas son las ocasiones que recuerdo haber encontrado una sonrisa de satisfacción y aprobación en su semblante. Sus palabras me hicieron recordar sus lecciones pasadas y mis técnicas pasadas de vuelo, las razones por las cuales las consideraba más aptas para el vuelo que las que él me explicaba, y cuando alzamos vuelo de nuevo, al día siguiente comencé a ponerlas en práctica.
Es verdad que sentía mayor resistencia del aire, pero lo atribuía a la poca práctica de ésta nueva técnica. Estaba seguro de que, practicándola lo suficiente, sobresaldría y sería líder del grupo de vuelo, pues me daba cuenta de que me hacía sobresalir del grupo y alcanzar una posición alta a pesar de ser el último de mi fila. Los ojos de los demás novatos se fijaban una y otra vez en mí y en cómo lograba burlar el miedo, y en un caso, cómo realicé una pirueta sin romper mi posición.
Me sentía orgulloso de mí mismo al darme cuenta de que había captado la atención hasta de los voladores experimentados.

Nuestra segunda parada de descanso fue especialmente larga, o así lo pareció. Mi maestro volvió a acercarse a mí después de terminar de arreglar el lugar para descansar, pero ésta vez trajo consigo a otro de los líderes del grupo de vuelo, sabiendo que ante la autoridad de éste no sería capaz de iniciar una rabieta. Ambos de nuevo me trataron con amabilidad, pero finalmente lanzaron sus piedras en mi contra, sus quejas y observaciones, terminando con un aburrido discurso de aerodinamia en el que intentaban explicarme la razón por la cual su modalidad de vuelo era mejor. Asentía con la cabeza aunque apenas sí entendía la mitad de lo que me explicaban, y no pudieron sacar de mi mente que mi método era mucho más rápido. Sin embargo acepté al final que probablemente ellos tenían la razón y que si quería probar otra técnica, éste no era el momento adecuado para hacerlo, y prometí no volver a repetir lo que aquel día de vuelo había ocurrido.

Fue en la segunda alza al vuelo durante la cual ocurrió lo impensable. Había cesado en mis intentos de sobresalir, había dejado de lado mi resentimiento, y comenzaba a aprender de nuevo a concentrarme recordando las lecciones de mi maestro, pero dentro de mí aún existía la duda de si mi forma de volar resultaría más exitosa con entrenamiento suficiente, de forma que ésta vez practiqué en medio del vuelo algunos de mis aletazos personales de vez en cuando, muy cuidadosamente para no llamar la atención, y fue entonces, casi a medianoche, a algunas horas de la próxima parada para descanso, cuando en un intento de perfeccionar mi nueva técnica, mi ala izquierda golpeó una ola de viento especialmente fuerte y lanzó todo mi cuerpo hacia abajo, alejándose del grupo de vuelo. Mis compañeros novatos se dieron cuenta, pero no voltearon a verme pues perderían la concentración, al contrario siguieron con mayor fuerzas su aleteo, y lo mismo hicieron los experimentados y los maestros, en un intento de que el viento resultante de su aumento de actividad lograsen volver a traerme a la línea de vuelo, sin embargo al estar practicando dos métodos diferentes, en un momento crítico como éste mi mente vaciló y cedió a un intento cruzado de dos técnicas diferentes, un absoluto desastre al intentar utilizar todo lo que sabía para volver a las filas de vuelo. El único resultado que obtuve fue un vuelo en espiral que me hizo caer en picada.
Sentí un dolor terrible al ver que mis amigos, los novatos, ni siquiera me miraban, no rompieron filas para ayudarme y siguieron concentrados en un vuelo que ya no me pertenecía, en una meta que yo ya no compartía. Y allí iba, en picada, hacia abajo, de vuelta al suelo horas antes de llegar a nuestro siguiente punto de descanso. Los dos maestros de la noche anterior acudieron a mi ayuda, dejando al tercero a cargo del grupo. Sin embargo estaba confundido y lo que es más, resentido de la actitud del grupo de vuelo al ni siquiera voltear para mirarme. Olvidé que parte del trabajo en equipo que había aprendido en mi entrenamiento era confiar que en un caso como el mío, dos de los líderes acudirían en auxilio, mientras el resto avanzaba disminuyendo ligeramente la velocidad momentáneamente.

Por más que los maestros intentaron persuadirme de utilizar las maniobras que me habían enseñado y con las que me habían preparado hacía tanto tiempo, cuando retomé el vuelo utilizaba mi propia versión de vuelo e intentaba demostrarles cómo resultaba más efectiva. De hecho parecía mucho más rápida pero en ocasiones lograba lesionar mis alas y de nuevo caía en picada. Les pedí un poco más de paciencia pero éstos desistieron de ayudarme y volvieron al grupo de vuelo, diciendo que se pondría en peligro de permanecer más tiempo conmigo. Lo consideré una falta de consideración, una gran falta de apoyo de su parte, cuestioné mi amistad con los novatos y cuestioné su ideal de trabajo en equipo, pues me parecía imposible un trabajo en equipo en el que se deja a un lado uno de sus miembros por una simple discrepancia en cuanto a cómo volar.
Sin embargo el camino estaba trazado y en mi entrenamiento sabía qué rutas debía seguir, conocía la posición de cada una de las estaciones de descanso y sabía que la próxima estaba muy cerca. Por lo tanto alcé el vuelo con mi técnica, intentando perfeccionarla para impresionarlos a todos cuando llegase al punto de descanso y dejar así en ridículo a los maestros. Sin embargo cuando casi toda la noche pasó en mis intentos infructuosos, me di cuenta de que casi no había avanzado y que la técnica no mejoraba en nada. Al caer el día retomé la técnica que mis maestros me habían enseñado y me di cuenta las razones por las cuales era más conveniente. Todo tenía que ver con las condiciones del viento de la época del vuelo, y el sacrificar un poco de velocidad por obtener un vuelo seguro tanto individual como colectivamente. Recordé que eramos un grupo de vuelo, que pertenecía no solo a mí sino a los demás y que era yo quién había fallado al trabajo en equipo al que tanto había sido entrenado, tan sólo por las ansias de destacarme. Y todo había comenzado con una pequeña desconcentración, días atrás.

Era de día cuando llegué al punto de descanso. No había descansado esa noche ni siquiera un poco, asi que me dispuse a tomar un descanso. El punto de descanso se hallaba completamente solo, y eso sólo significaba que el grupo ya habia alzado vuelo hacia el siguiente punto de descanso, vuelo que duraría un día completo en trabajo de grupo, y el cual ahora tendría que alcanzar por cuenta propia. Me pareció una falta de consideración que no esperaran en el punto de descanso por mi. Estaba bien que siguieran su rumbo para no poner en peligro a todo el grupo de vuelo sólo por uno, pero eso no significaba que lo olvidarían y lo dejarían atrás. Consideré así una mentira todo lo que se me había enseñado del trabajo en equipo y me sentía muy contristado y resentido.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el resentimiento nublaba mi concentración durante el vuelo al día siguiente, y disminuía grandemente mi capacidad de vuelo. Recordé una antigua enseñanza de mi maestro, que éste intentó grabar en mi corazón cuando aún era rebelde. Él me explicó que ante la adversidad eramos nosotros quienes decidíamos si convertirla en un impulso para ser mejor, o convertirla en el catalizador que termina de derrotarnos. Así, decidí dar un nuevo enfoque al abandono que sentía, así fui capaz de darme cuenta de la dificultad de emprender el viaje solo, la necesidad del grupo y la practicidad de adaptarme a lo que durante tanto tiempo se me había enseñado. Ya comenzaba a darme cuenta de la razón por la cual mis maestros se disgustaban con mi técnica personalizada de vuelo, y puse toda mi determinación y empeño en perfeccionar lo que había aprendido de ellos, dirigir mis aleteos de manera cada vez más impecable a través del viento.
Por mi propia cuenta fui capaz de comprender el origen de mi terquedad, lo inútil que resultaba y finalmente me di cuenta del daño que hacía a los demás miembros del grupo de vuelo al recordar con detenimiento que las ocasiones en las que me miraban los demás por levantar vuelo con una técnica diferente, en realidad lo que hacía era redirigir el viento en su contra, entorpeciendo su vuelo y poniendo en peligro el mío propio. Me di cuenta de que además de entorpecer el grupo de vuelo, lo había puesto en peligro al pedir tan insistentemente a los maestros que se ocuparan de mi y al no seguir sus instrucciones. Me dí cuenta de que el que no acataba los estatutos del trabajo en equipo era yo, y que el mismísimo alejarse y seguir su camino constituía trabajo en equipo de ellos a mi favor, pues habiendo aprendido todo, habiendo sido preparado para este vuelo toda mi vida, tenía las herramientas necesarias y me tocaba a mí confirmar que éstas herramientas de veras tenían la utilidad que me fue enseñada.
Los mejores logros son los que se alcanzan juntos, pero las mejores lecciones son las que se aprenden individualmente.

Pronto me di cuenta la razón por la cual no me esperaron en el punto de descanso. Apenas se hizo de noche el frío arreció y comenzó a llover. Una lluvia fría que luego con el paso de la noche y la llegada de una ola de frío especialmente intenso, se transformó en nieve. Olvidaba uno de los aspectos más importantes de éste viaje: su urgencia. No cabía lugar al retraso. Literalmente estábamos siendo perseguidos por el frío, por la nieve que se posaría sobre nuestras alas y nos haría lentos e inactivos.
Sin embargo ahora era yo quien era amenazado por la inactividad y la muerte, y mi próxima lección constituyó en algo que vi en el aleteo de los maestros y nunca pude imitar ni entender: un aleteo especialmente amplio y poderoso, capaz de impulsar el aire y romper la resistencia en el caso del grupo de vuelo, y en mi caso capaz de barrer toda la nieve que se posaba sobre mi y amenazaba mi vuelo.

Está de más decir que esa noche a pesar de la nieve, logré salir de la tormenta y alcanzar el punto de descanso. Está de más contar con detalle la felicidad que rodeó mi llegada de regreso al grupo de vuelo, y el cariño con el cual me prepararon un lugar especial para dormir.
Al día siguiente emprendimos vuelo, volviendo al cielo despejado que abandoné, dejando atrás la tiniebla y la tormenta que amenazaron mi vida pero que en su curso me enseñaron una gran lección que hoy aún llevo en mis alas, lección con la cual aprendí lo que hoy sé y utilicé para convertirme en uno de los principales encabezamientos en las filas de vuelo, y finalmente en un maestro hábil, cariñoso y especialmente duro, tal como el mío lo fue.

Copyright © Abril 2011 por Alberto Parra
Número de Registro: EBENE-5R7J5-RURVX

Arte: :iconongoingdrifter13:

2 comentarios:

  1. Eric Roncancio says:

    Buen relato Kuxu... Aunq la neta a sinceridad esta requete largo...y ya sabes lo q opino de leer en la web. Asi q lo imprimo algun dia o me lo cuentas ... Nos vemos cuidese..! mas dijerible la proxima SIGUE ASI!

    +10

  1. Tony Stark! says:

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